martes, 26 de mayo de 2009

Bienvenido Jorge



Por Alberto Fernández *

24-05-2009 /
Alberto Fernández Cuando por primera vez debí prestar mi informe de jefe de Gabinete de Ministros ante la Cámara de Diputados de la Nación, recibí una andanada de preguntas, signadas más por la vocación “chicanera” tan propia de nuestra política que por la vocación constructiva de realizar una mejor república.

De todos esos requerimientos, sin embargo, algunos me llamaron la atención por la certeza de los argumentos que los fundamentaban. En todos los casos, los cuestionamientos tenían un origen común. Quien los formulaba era un diputado socialista y opositor. Su nombre: Jorge Rivas.
Cuando llegué a mi despacho, le pedí a mi secretaria que me comunicara con él. Cuando lo ubiqué, le pedí que revisáramos juntos sus interrogantes. Nos reunimos, discutimos y comenzamos a darnos cuenta de que los dos, parados en distintos ámbitos de la política, estábamos en la búsqueda del mismo país.

Pasó el tiempo y cuando Juan Carlos Pezoa abandonó la Vicejefatura de Gabinete para ocupar otras funciones en el Gobierno, le pedí a Néstor Kirchner cubrir ese cargo con Jorge Rivas. Aunque no entendió con claridad la causa de mi propuesta, el entonces Presidente aceptó que así fuera. Creo que, al igual que yo, participaba de la idea de ampliar nuestro espacio político hasta abarcar a todos quienes querían hacer frente a los desafíos que suponía modificar el agobiante sistema de poder que tanto daño le había hecho a la Argentina.

Muchos compañeros del peronismo renegaron por aquella decisión. Al fin y al cabo se trataba de un socialista y muchos socialistas habían confrontado a lo largo de la historia con las lógicas que imperaron en los gobiernos conducidos por el peronismo.

Del otro lado, muchos de sus viejos compañeros de ruta también le reprocharon su aceptación al cargo. Al fin y al cabo, a algunos de ellos también les costaba entender que teníamos la oportunidad de confluir en una nueva lógica de construcción de un país.

Desoyendo las quejas de uno y otro lado, Jorge Rivas se convirtió en mi vicejefe de Gabinete. Desde entonces trabajó leal e incansablemente. Ayudó con inteligencia a organizar el traspaso del poder en Tierra del Fuego; allí, precisamente donde el peronismo derrotado dejaba el poder en manos de una joven dirigente nacida en las mismas filas del socialismo. Después, cuando el conflicto del Indec comenzó a adquirir ribetes complejos, Rivas fue tejiendo acuerdos mínimos con los gremios que facilitaron, cuanto menos, la convivencia en el organismo.

Por su dedicación y compromiso con el proyecto político plural del que participábamos se convirtió en uno de nuestros candidatos a diputado nacional por la provincia de Buenos Aires. Y fue elegido por sus conciudadanos.

Fue entonces cuando le pedí que no abandonara su cargo y me siguiera acompañando. Se había convertido en un colaborador enormemente valioso. Una y otra vez se le pedí, pero su vocación parlamentaria y su compromiso con sus votantes parecían impulsarlo a desoír mis pedidos.

De repente, todo pareció quedar inconcluso. Una mañana de noviembre del 2007, mi secretaria me avisó que delincuentes habían atacado a Jorge para robarle su auto. Todo había sucedido en el mismo momento en que había bajado de su auto para comprar unos medicamentos en una farmacia.
Muchos me preguntaban dónde estaba la custodia. Y yo respondía que Jorge no tenía ni auto oficial, ni chofer ni custodia. El y yo compartíamos nuestra preferencia por conducir nuestros vehículos y transitar como ciudadanos comunes.

Poco después me enteré de la gravedad de la lesión. Inmediatamente fui a visitarlo. Allí lo encontré intolerablemente lastimado. En silencio me miraba expresando lo incomprensible de ese instante. Yo le hablaba sin saber si me oía. Sólo quería imbuirlo de las fuerzas que yo, que no era víctima de semejante barbarie, sentía no tener en ese instante.

Desde entonces, Jorge Rivas se fue recuperando. Poco a poco. Con el enorme apoyo y amor de su familia y con el invalorable acompañamiento de sus dos viejos compañeros de ruta: Oscar González y Ariel Basteiro. Ellos dos han servido para demostrar también que, en tiempos en que la política corroe las lealtades y las vanidades aplastan los compromisos personales, hay un lugar para solidificar con afecto las identidades personales.

Con todo ello, un día Jorge Rivas volvió a su banca. El hecho maldito de los violentos lo ha privado de su movilidad física. Pero Dios, con la sabiduría que los socialistas le niegan, ha tenido para con él y para con todos nosotros el cuidado de preservarle su intelecto y su enorme integridad moral.
He contado todo esto para que todos adviertan que detrás de la política no sólo se movilizan intereses mezquinos. Allí también florecen –quizás cada vez con menos frecuencia– compromisos y lealtades para con proyectos políticos, y fortaleza y moralidad para con la administración de la cosa pública.

Jorge Rivas es hoy, para algunos, una nota de color para un semanario. Un diputado con menos capacidades que a fuerza de voluntad lucha por preservar su espacio.

Pero para otros, como yo, Jorge Rivas es la perfecta síntesis del compromiso con las ideas y con la mejor calidad republicana. Es la prueba viva de que aun en la adversidad y en la diversidad partidaria, pueden encontrarse caminos comunes en pos de una sociedad más justa.

Hoy, su maravillosa oratoria está siendo reemplazada por la mecánica voz que exhala su computadora. Pero en su interior, allí donde el alma construye y fortalece responsabilidades y la cabeza diseña el pensamiento más puro, se mantiene intacto su compromiso democrático, plural y esencialmente socialista.

Semejantes realidades no deben servir para llenar espacios de un periódico. Deben servir para reflexionar y darnos cuenta del valor de su testimonio de conducta en un tiempo en el que las ideas ceden espacio a la publicidad política, la riqueza predomina sobre la militancia y las lealtades se confunden con obediencia.

Una vez más, bienvenido Jorge a la política. Hacías falta.

* Ex jefe de Gabinete de la Nación

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