domingo, 19 de octubre de 2008

Basta de pronosticos tremendistas



*Salvador Treber - Profesor de posgrado - Facultad de Ciencias Económicas-UNC

"Es necesario que se abandonen, por ser fruto de mezquinos objetivos, las egoístas maniobras para sacar ventajas agitando fantasmas inexistentes a costa de debilitar la tranquilidad pública."

Cuando los países tienen la desgracia de verse involucrados en una guerra, la divulgación de noticias que lleven desasosiego o incertidumbre a la población se considera un grave delito que ha sido denominado "derrotismo". Es que en esa situación límite, socavar la moral pública constituye una acción que pone en serio riesgo la causa por la cual muchos dan su vida.

Es obvio que lo que está ocurriendo en el mundo, más precisamente en el Hemisferio Norte, no se puede equiparar a un conflicto bélico. Pero, por sus eventuales demoledores efectos materiales sobre la inmensa mayoría de los involucrados, sería deseable que no se disparen juicios apresurados. Y menos aún si éstos son escasamente fundados en la realidad.

Con centro en los Estados Unidos se ha desatado una furiosa "tormenta" sobre toda el área financiera y bursátil, con una intensidad tal que no demoró en cruzar el océano Atlántico y contagiar a los principales países de Europa occidental. Una de las primeras secuelas, además de la caída de entidades de trayectoria más que centenaria -como es el caso de Lehman Brothers, fundada en 1858-, ha sido el advenimiento de una recesión generalizada. Sólo en dicho país alcanza a 9,6 millones el número de desocupados, con firme tendencia a elevarse aún más. En España ya llegan a 2,6 millones y en Francia a 1,9 millones, lo cual constituye una prueba palmaria de que estamos en presencia de tiempos muy difíciles, sólo comparables con la gran crisis de la década de 1930. Las cifras que se barajan son alucinantes; aun así, se sospecha que serán totalmente insuficientes para frenar los efectos más importantes de este verdadero tsunami económico.

De acuerdo a como se han sucedido los hechos que caracterizan a esta grave emergencia, el factor desencadenante se sitúa no sólo en la irresponsable actuación de los bancos y otras firmas involucradas, sino también en las prácticas nada ortodoxas de Wall Street y quienes mantuvieron relación más cercana con esos operadores.

Debido al default no totalmente resuelto hasta la fecha, Argentina fue, a manera de sanción, virtualmente borrada del ámbito crediticio internacional y, sin quererlo ni pensarlo, nos aisló de cualquier secuela directa. No obstante, en la medida que el problema se extienda como una onda expansiva a una importante franja de economías, es lógico que algunas esquirlas nos lleguen a afectar.

"Ola paranoica". Esto no justifica la "ola paranoica" que impulsan algunos medios de comunicación masiva, una serie bien identificable de lobbistas y el coro unívoco de la oposición. En el caso de los dos primeros, se explica bastante bien la posición tomada, ya que son históricos voceros de sectores de intereses que siempre apostaron a desencadenar una hecatombe, semejante a la que el país vivió entre julio de 1998 y fines de 2002.

La crítica, en especial la tan jaqueada dirigencia política, una vez más está jugando peligrosamente con fuego. Parece desconocer que las condiciones cambiaron de manera sustancial y actúa como si no hubiese pasado nada. Durante casi 60 años, desde 1930, la desestabilización fue un infalible recurso precursor de sendos golpes de Estado, pues en todos hubo un cierto grado de complicidad y/o complacencia que los llevó a apoyar, al menos en un inicio, a los distintos gobiernos militares que, sin excepción alguna, sólo lograron demostrar de manera fehaciente su total incapacidad para encarar y resolver las principales dificultades que en cada una de esas décadas debió afrontar el país.

Los más conspicuos dirigentes del conservadurismo rodearon a José Félix Uriburu y luego al general Agustín P. Justo; otros tantos ingresaron al Partido Laborista que triunfó en las elecciones de febrero de 1946 y que ungieron como candidato ganador a Juan Perón; las cabezas más prominentes de todos los partidos ocuparon asientos en la Junta Consultiva creada por la llamada Revolución Libertadora; muchos de ellos intentaron, en el período siguiente, configurar el "Gran Acuerdo Nacional" que pretendió liderar el general Alejandro Agustín Lanusse, y no faltaron los que contribuyeron a instalar la última y más sangrienta dictadura que asoló nuestra Patria en el período 1976-1983.

En consecuencia, si resta en ellos un poco de conciencia patriótica, deberían saber que tienen una enorme deuda con la ciudadanía y decidir un rotundo cambio de actitud. De nada vale crear incertidumbre e inseguridad, pues ello perjudica a todos. Lo sabemos muy bien por los avatares de los tiempos vividos, en varios de los cuales imperó esa absurda y destructiva práctica.

En este caso está en juego nada menos que el conjunto de la sociedad y de sus integrantes. Apostar al fracaso, más aun sumarse en forma activa a una resistencia sistemática y empecinada, es la manera de acrecentar la mencionada deuda y empujarnos al abismo.

La única vía razonable para saldarla es aportar ideas, programas y planes alternativos superadores. Esto significa ponerse a trabajar, estudiar en profundidad los diversos problemas y elaborar soluciones. De lo contrario, lamentablemente, se convertirán, cada vez más, en material obsoleto y por lo tanto desechable que la sociedad terminará por radiar. La reciente discusión parlamentaria relativa al proyecto de ajuste de jubilaciones y pensiones constituye una desoladora clara constancia de lo lejos que estamos de ese ideal y de la exasperante vacuidad de los protagonistas.

Como prueba palmaria de ello, cabe mencionar dos intervenciones, verdaderamente reveladoras. Una, protagonizada por un conspicuo miembro de la oposición y presidente de su partido, que rechazó la iniciativa porque para él era ininteligible la fórmula de ajuste -dicho sea de paso, una elemental media aritmética simple- sin haber atinado antes a que algún apenas iniciado en matemática lo "desburrara". La otra fueron los dichos de algunos representantes del oficialismo y, en especial, el ya citado caso de su principal vocero y jefe de bancada.

Cerrar filas. Lo expuesto no implica dejar exentos de responsabilidad a los funcionarios o la gestión de los que circunstancialmente manejen los resortes de la administración nacional, en la que también hay una alta dosis de improvisación. Frente a la preocupante instancia que crea una crisis mundial tan honda, prolongada y difícil de medir en sus efectos -como la que ha comenzado a exteriorizarse-, es indispensable cerrar filas para evitar mayores perjuicios a la población, objetivo a todas luces prioritario.

Si somos coherentes y honestos, será fácil convenir que nunca estuvo Argentina mejor preparada para afrontar esa prueba. Aun en tan difícil escenario externo, nuestras exportaciones han batido todos los récords conocidos, el saldo positivo del balance comercial apunta a ubicarse en igual situación y las cuentas fiscales nacionales ofrecen resultados semejantes.

Los agoreros anuncian una vertical caída en los precios de las commodities o materias primas, lo que es parcialmente cierto, pues no se derrumbarán; y si bien habrá que tomar algunas providencias adicionales, no es previsible un impacto catastrófico.

De criticarse acerbamente la existencia de derechos sobre la exportación (retenciones), se ha pasado ahora a cuestionar que su rendimiento está calculado en exceso y, por lo tanto, generará un peligroso "agujero" en materia de ingresos presupuestarios durante el ejercicio fiscal 2009. Puede ser cierto que se reduzcan en alrededor de un 15 por ciento sobre el importe previsto si aquéllas se conservan en niveles muy deprimidos, pero ello tampoco constituye una tragedia. Frente a similares alternativas, siempre hay respuestas que tienden a conjurar tales aspectos.

Paridad cambiaria aún incompatible. Es probable que la paridad cambiaria sea hoy, pese a su recuperación reciente, todavía incompatible con la situación general, por lo baja, y debería estar ya en unos 3,35 pesos por dólar, aunque la necesaria corrección vendrá con escasa dinámica, pero sostenida, en los meses próximos.

Antes de comenzar el primer y extenso conflicto Gobierno-campo, esa paridad era de 3,20 pesos y todas las empresas habían calculado sus costos con base en esa relación. La posterior merma, que en su momento trató de castigar a los que "se pasaron" de manera especulativa a esa moneda, se prolongó demasiado en el tiempo, no obstante lo cual nadie corrigió sus costos hacia abajo. En consecuencia, éstos no acusan nuevas causas para ser elevados debido a dicho factor. Lo relevante en este aspecto es que, además del referido posible impacto interno, se debe proteger la continuidad de las colocaciones de bienes en los mercados extranjeros y ello exige vigilar bien de cerca su grado de competitividad.

También es altamente probable que el consumo interno no crezca en 2009 al acelerado ritmo de años anteriores, pero su menor dinamismo será coherente con un Producto Interno Bruto que lo haga al cinco por ciento, tal como lo estima el informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). Frente a la inevitable recesión del Hemisferio Norte, esa marca nos colocará en condición harto preferencial.

Lo importante es mantener la calma, no entrar en falsos temores y estar vigilantes de la forma en que se desarrollan los acontecimientos. El momento no es apropiado para fantasías de pirómanos potenciales que no cesan de gritar ¡fuego! Actitudes tan imprudentes, carentes de asidero alguno, en visiones tangibles fruto de debilidades propias o intenciones encubiertas, procuran falsear la realidad e incidir sobre la psicología de la gente, lo cual puede traer consecuencias imprevistas y poco agradables.

Por eso, no vacilamos en requerir que, para bien de todos, se desechen los infundados pronósticos tremendistas y, en vez de ello, busquen en común y sin exclusiones una fórmula idónea que nos lleve a la genuina cuan ansiada unidad nacional, al par que abandonen, por ser fruto de mezquinos objetivos, las egoístas maniobras para sacar ventajas agitando fantasmas inexistentes a costa de debilitar la tranquilidad pública.

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