miércoles, 22 de octubre de 2008

Campo y redistribucion



ALEJANDRO ROFMAN
Nuevo patrón de crecimiento


Para el investigador del Conicet y profesor honorario de la Universidad de Buenos Aires, la salida de la crisis de 2001 y el fin de la convertibilidad significó un punto de partida para la recuperación de las producciones regionales, muchas de ellas virtualmente quebradas al cabo de una década de apertura indiscriminada de la economía. De todos modos, aclara, “no se puede emitir un juicio en general ni concluyente, porque todo depende del modo de inserción de cada actor social en el proceso productivo regional. Hay quienes han tenido un impulso muy fuerte, producto de una adaptación a los parámetros del consumo nacional e internacional, y aprovecharon el momento en que la devaluación supuso un marco favorable a la actividad exportadora y un proteccionismo frente a la competencia externa. Otros –concluye el responsable de la Comisión de Economías Regionales del Plan Fénix–, han tenido y siguen teniendo sumas dificultades para sobrevivir, porque no disponen de recursos de capacidad organizativa ni técnica para enfrentar el nuevo escenario”.

–¿En qué consiste ese nuevo escenario vigente en los últimos años?

–Es un esquema en el que se privilegia crecientemente la calidad del producto, mediante una cada vez mayor inserción en las franjas de consumo más altas de la sociedad. Esto pasa en casi todos los productos: vino, frutas, hortalizas envasadas... En todo lo que tiene que ver con agroindustria sucede lo mismo. Es que Argentina se convirtió en una excelente plataforma exportadora de productos cuya demanda crece acentuadamente en el mercado mundial, sobre todo la que proviene de sectores de altos ingresos.

–Entonces el posicionamiento de cada una de las economías regionales depende de su eficiencia. ¿En qué medida incide la actual política económica?

–Bueno, la política económica hizo algunos avances en materia de preservación de las economías regionales, yo diría modestos, más importantes desde el punto de vista simbólico que efectivo. Empezó en 2002 con el restablecimiento del sistema de regulación de la yerba mate, que es un producto muy homogéneo, una típica comodity, de modo tal que no es que se produjo de mejor calidad o mayor adecuación a mercados externos. La yerba mate se consume internamente y algo se exporta. Tenía un precio muy inferior al mínimo que permitiría constituirse en un ingreso apropiado para los productores. El restablecimiento del sistema de regulación como existió antes de que Domingo Cavallo lo disolviese, supuso una fuerte elevación del precio interno y, con algunos altibajos, ha permitido la recomposición integral del sector.
Hay también un plan estratégico de crecimiento destinado a la vitivinicultura, pero que hasta ahora sirvió exclusivamente para reforzar su potencial exportador. Los pequeños productores de uva común todavía no han encontrado la fórmula para reconvertirse o asociarse a un proyecto productivo que no sea la uva. Otro caso, en el algodón recién ahora se está comenzando a discutir la reglamentación de la ley que se sancionó por unanimidad hace más de dos años.
Son formas de intervención, estoy marcando las tres más significativas, que suponen una dirección opuesta a la que había predominado en la década de la convertibilidad, pero todavía tienen que mostrar su efectividad, sobre todo pensando en los ampliamente mayoritarios sectores sociales de más débil inserción en el mercado.

–¿El crecimiento de la economía no alcanzó a esos sectores?

–Primero hay que decir que cuando se cierre este año, en el que se puede crecer más cerca del 8% que del 6% como dicen algunos de los gurúes que siempre predican fatalidades y desencuentros, se va a cumplir el ciclo histórico de crecimiento más largo desde la independencia. Nada más ni nada menos. Esto no se dice, más allá de cómo se repartieron los frutos de ese crecimiento, respecto de lo que yo también tengo críticas para hacer, es un hecho que no se puede negar. En las economías regionales se sintió algún impacto benéfico, en muchas áreas se nota, pero no alcanza a todos, sino a los sectores con mejor capacidad de ingreso a la forma de producir y vender que tiene hoy en día el mercado internacional.
–La distribución sigue pendiente.
–Es el gran paso que falta, distribuir.
–En su intervención ante senadores en el marco del debate por la resolución 125, usted destacó el rol de los pequeños productores, y especialmente de la agricultura familiar.

¿Qué incidencia tiene este sector en la mesa diaria de los hogares argentinos?

–Nada menos que el 50% de nuestra dieta cotidiana proviene de la pequeña producción campesina. La mitad. Si se analiza el espectro productivo agrario argentino, de los más de 300.000 productores, las dos terceras partes son pequeños, son productores familiares. Algunos de ellos se dedican a la producción cerealera u oleaginosa de la Pampa Húmeda, pero son absoluta minoría. El 80% de ellos producen para nuestra mesa familiar. Empezando con la yerba, las frutas de todo tipo, las hortalizas, las legumbres, el azúcar, el té...

–¿Por qué cree que ese sector estuvo ausente en la discusión pública que se generó cuando el conflicto por la renta agraria?

–Es que ese conflicto fue de los sojeros, esencialmente, luego aparecieron algunos otros reclamos. La raíz fue la disputa entre los sojeros medianos y grandes con el Gobierno. La renta extraordinaria es cierta, no se puede negar. Ahora ha retrocedido el precio, dejan de ganar un poco y protestan, pero siguen siendo el sector más afortunado del campo argentino. Hubo una distorsión total de la imagen del productor agropecuario. Se habla del campo, como si eso fuera el campo, y no es así. Los pequeños en serio no aparecieron en ese momento porque no se habla con los campesinos del interior. Ellos están muy interesados en una estrategia de desarrollo que los incluya, sin quitarle su identidad, que además es valiosa porque es gente que vive en su finca, que sabe cómo tratar el agua y la tierra, a diferencia de la agricultura para exportación masiva de la Pampa Húmeda. Pero necesitan apoyo integral del Estado para elevar sustancialmente su nivel productivo. Creo que en ese punto se produjo un avance importante con la creación de la Secretaría de Agricultura Familiar, que está a cargo de un especialista en el tema. Pero recién arranca, hay que darle tiempo.

–Son esos productores los que aportan diversidad de producción.

–Claro, tienen un patrón de producción muy diversificado, nadie produce una sola cosa, incluso porque muchos se alimentan de lo que producen. Si hay una estrategia que los incluya en todo su nivel y les brinde condiciones de vida adecuada, porque la mayoría vive en condiciones de pobreza, tendremos un salto productivo de magnitud. Es un contrasentido que tengan dificultades para subsistir quienes producen lo necesario para la mesa de los argentinos.
Es urgente una política hacia ellos, que además cuidan la biodiversidad, conocen la tierra que cultivan porque son residentes en sus fincas de más de una generación y están todo el año allí, toda la familia trabaja allí, de tal modo que hay un aprendizaje colectivo. Pero muchos se tienen que ir porque el producido de la finca no alcanza para todos.

–¿Sin una política activa que los respalde corren el riesgo de no sobrevivir?

–Muchos de ellos sí. El censo agropecuario de 2002 dice que el 40% son pobres. Un productor pobre es un productor potencialmente expulsable de su finca, que la deja para trasladarse a la ciudad. En algunos casos, como el de los algodoneros de Chaco, se trasladaron casi todos a las villas miseria que rodean la ciudad de Resistencia.
En otros casos, como los cañeros de Tucumán, resisten en su finca, pero cambiaron sus modos de producción, ya no cortan la caña a machete, sino con una máquina cosechadora, y eso cambió el ingreso ya que muchos productores además de cosechar su caña cosechaban la de los ingenios, y así lograban un ingreso extra. El agro del interior profundo es muy diferente al de hace 20 años atrás. Ni hablar del de la región pampeana, que ya no es más el chacarero con botas de goma que ordeña una vaca a las 4 de la mañana. Es un señor que vive en la ciudad y recibe una renta por la tierra que alquila. Esto supone un nuevo patrón de crecimiento, que es internacional, no de la Argentina, y obliga a políticas específicas adecuadas a esa realidad.

Jorge Vilas
Foto: Jorge Aloy
Periodico "Accion" del IMFC

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